Busqué entender la desaparición de mi papá de muchas maneras. Los libros y las personas que lo conocieron cumplieron ampliamente la tarea de contar, pero nunca llegaban a decir todo eso que necesitaba sobre la muerte, la tortura, el sufrimiento o la pérdida.Muy tarde comprendí que persiguiendo las huellas de su muerte había olvidado buscar las de su vida: la cadencia de las palabras, los gestos fugaces, las muchas maneras de mirar o de mirarse, las dos o tres formas típicas de reírse o suspirar, las manías imperceptibles y cotidianas, la relación muda con las cosas del mundo.Hace pocos años tuve la feliz ocasión de ver al fin proyectadas una serie de diapositivas que mi papá sacó en su viaje de estudios a Bariloche, en 1965. Me sorprendí y a la vez me desilusioné: de un total de sesenta imágenes, él sólo aparecía en ocho, mirando para un costado, de lejos o apenas visible en medio de los árboles.En las reuniones que tuvimos con Gustavo desde comienzos del 2005, y en paciente revisión del material con el que contábamos, pudimos descubrir lo que nos guió en la construcción de este ensayo fotográfico documental: si bien mi papá no estaba contenido o explicitado en las cincuenta y dos diapositivas restantes, allí estaba su mirada, su perspectiva particular, y un modo de representarse el mundo a través de la cámara.Entonces pensamos que la experiencia efímera de la mirada -que hace reconocer la vida- estaba impresa en las imágenes que él había elegido sacar.Usando esa forma de encuadrar el mundo y tratando de repetirla, fuimos recorriendo los lugares de su vida. Buscamos -con su mirada- calles, flores, árboles, frentes, ramas y barandas interpuestas.Sus diapositivas de Bariloche y los sucesivos intentos de reproducción que guiaron nuestro viaje, me ofrecieron la ocasión de andar sus caminos, encontrarlo un poquito en sus lugares, recuperar fragmentos de su vida y sentir –aunque sea fugazmente- cómo miran sus ojos.






Busqué entender la desaparición de mi papá de muchas maneras. Los libros y las personas que lo conocieron cumplieron ampliamente la tarea de contar, pero nunca llegaban a decir todo eso que necesitaba sobre la muerte, la tortura, el sufrimiento o la pérdida.
Muy tarde comprendí que persiguiendo las huellas de su muerte había olvidado buscar las de su vida: la cadencia de las palabras, los gestos fugaces, las muchas maneras de mirar o de mirarse, las dos o tres formas típicas de reírse o suspirar, las manías imperceptibles y cotidianas, la relación muda con las cosas del mundo.
Hace pocos años tuve la feliz ocasión de ver al fin proyectadas una serie de diapositivas que mi papá sacó en su viaje de estudios a Bariloche, en 1965. Me sorprendí y a la vez me desilusioné: de un total de sesenta imágenes, él sólo aparecía en ocho, mirando para un costado, de lejos o apenas visible en medio de los árboles.

En las reuniones que tuvimos con Gustavo desde comienzos del 2005, y en paciente revisión del material con el que contábamos, pudimos descubrir lo que nos guió en la construcción de este ensayo fotográfico documental: si bien mi papá no estaba contenido o explicitado en las cincuenta y dos diapositivas restantes, allí estaba su mirada, su perspectiva particular, y un modo de representarse el mundo a través de la cámara.
Entonces pensamos que la experiencia efímera de la mirada -que hace reconocer la vida- estaba impresa en las imágenes que él había elegido sacar.
Usando esa forma de encuadrar el mundo y tratando de repetirla, fuimos recorriendo los lugares de su vida. Buscamos -con su mirada- calles, flores, árboles, frentes, ramas y barandas interpuestas.
Sus diapositivas de Bariloche y los sucesivos intentos de reproducción que guiaron nuestro viaje, me ofrecieron la ocasión de andar sus caminos, encontrarlo un poquito en sus lugares, recuperar fragmentos de su vida y sentir –aunque sea fugazmente- cómo miran sus ojos.

Busqué entender la desaparición de mi papá de muchas maneras. Los libros y las personas que lo conocieron cumplieron ampliamente la tarea de contar, pero nunca llegaban a decir todo eso que necesitaba sobre la muerte, la tortura, el sufrimiento o la pérdida.
Muy tarde comprendí que persiguiendo las huellas de su muerte había olvidado buscar las de su vida: la cadencia de las palabras, los gestos fugaces, las muchas maneras de mirar o de mirarse, las dos o tres formas típicas de reírse o suspirar, las manías imperceptibles y cotidianas, la relación muda con las cosas del mundo.
Hace pocos años tuve la feliz ocasión de ver al fin proyectadas una serie de diapositivas que mi papá sacó en su viaje de estudios a Bariloche, en 1965. Me sorprendí y a la vez me desilusioné: de un total de sesenta imágenes, él sólo aparecía en ocho, mirando para un costado, de lejos o apenas visible en medio de los árboles.

En las reuniones que tuvimos con Gustavo desde comienzos del 2005, y en paciente revisión del material con el que contábamos, pudimos descubrir lo que nos guió en la construcción de este ensayo fotográfico documental: si bien mi papá no estaba contenido o explicitado en las cincuenta y dos diapositivas restantes, allí estaba su mirada, su perspectiva particular, y un modo de representarse el mundo a través de la cámara.
Entonces pensamos que la experiencia efímera de la mirada -que hace reconocer la vida- estaba impresa en las imágenes que él había elegido sacar.
Usando esa forma de encuadrar el mundo y tratando de repetirla, fuimos recorriendo los lugares de su vida. Buscamos -con su mirada- calles, flores, árboles, frentes, ramas y barandas interpuestas.
Sus diapositivas de Bariloche y los sucesivos intentos de reproducción que guiaron nuestro viaje, me ofrecieron la ocasión de andar sus caminos, encontrarlo un poquito en sus lugares, recuperar fragmentos de su vida y sentir –aunque sea fugazmente- cómo miran sus ojos.